martes, 13 de septiembre de 2016

90 días en Teherán

90 días en Teherán
Por Victoria Meli | Fotos Julieta Brigo
publicado en  Playboy

Una extranjera ha decidido pasar el verano en una de las ciudades más hostiles a las costumbres, caprichos y bondades de Occidente. La capital de Irán es uno de esos lugares donde la humanidad aflora en dos de sus cualidades más universales: perderse y encontrarse.

Los parlantes del Boeing anuncian en tres lenguas -Árabe, Turco y Persa-  la entrada al territorio aéreo de la República Islámica de Irán. Eso significa dos cosas: que las mujeres deben cumplir con el código de vestimenta islámico y que ya no se servirán bebidas alcohólicas. (Dato: las prescripciones corren por parte de la sharía, o ley islámica, código de conducta basado en el Corán, que rige en el país). Por unanimidad, las pashminas, que hasta ese momento adornaban el cuello de las mujeres del vuelo, dejan de cumplir las funciones que la moda había propuesto y pasan a convertirse en Hijab: la cabeza se cubre del color de alguna tendencia de temporada occidental en algunos casos, o del sin sabor de los colores en términos de oriente, muy lejano a los términos de Chanel: el negro. Paradójicamente, ante lo desconocido, y bajo nulas opciones de entendimiento, lo que resta es hacer lo que el otro. Hasta el momento, nada demasiado complicado, anular el cuerpo cubriéndolo hasta borrar cada curva, anular el alcohol hasta la sobriedad de la niñez: una fiesta de disfraces donde todos juegan la misma máscara.
La víspera del verano abruma todo junto sobre las infinitas capas que se pegan al cuerpo transpirado. En el taxi, suena un pop persa ochentoso, las bocinas fermentan a borbotones, las probabilidades de un choque son palpables de a segundos. El caos logra traducirse en ritmo cotidiano, solo es cuestión de tiempo acostumbrarse. Desde la vorágine, cientos de banderas iraníes enfiladas adornan todos los puentes y autopistas, y los murales, le trompe-l’oeil, engañando al ojo, disfrazando la ciudad, vegetando de maquillaje, visten la mayoría de las anaranjadas y tristes paredes: Irán está de cabeza a pies dibujado. Hay ventanas donde no hay vista, puertas que no abren, flores sin olor, los mártires de la guerra del golfo inmortalizados y el Ayatolá Jomeini y Jamenei en todos los tamaños posibles.
Los primeros días, hay una segunda visa que se debe sortear: es posible que alguien a quien no le pediste su compañía te acompañe, mientras andás por las veredas angostas, bordeadas por las acequias por las que circula el agua producto del deshielo. Teherán está rodeada de montañas, su nombre, de hecho, significa “final de la ladera de la montaña”. Se puede ver gente tomando de ese agua, usando como vaso el cuenco que se forma en la palma de la mano.
Casi no se ven perros por la calle, ya que el islam los considera animales impuros. En cambio, gatos hay a montones, esos sí son puros, de hecho, tener uno facilita la entrada al paraíso, dicen. Pero lo particular son los cuervos, que están por todos lados, con su soberbia de cuervo, domesticados y hambrientos. Lo más extraño ocurrió una noche al salir del cine, luego de ver Los Pájaros de Alfred Hitchcock, subtitulado en farsi, y de los pochoclos al curry (dato: el snack chatarra iraní de los cinéfilos hipster). La parvada de cuervos pacientes robando basura, esperando, ¿esperándonos?, posados sobre los bordes de las medianeras, abriendo sus picos gritones al paso, un crimen de cuervos: Recordé que Tippi Hedren también llevaba pañuelo en la película.
Cerca de la medianoche, al final de esa calle que va en curva en una sola dirección, sin calles que la corten, aparece un punto de luz en el medio de la nada. Al acercarse, una bombita de 25 watts es toda la iluminación que necesita el carro que vende nueces mariposa sumergidas en un gran frasco con vinagreta. En el medio de la nada, donde no pasa nadie como en una película de Jafar Panahi. Muy distinto es el Pulp Fiction de los Rich Kids Of Tehran (los niños ricos de Teherán), los jóvenes de la clase más pudiente del país. Fuera de todo control, se dedican a publicar fotos en las redes sociales (Dato: Facebook y Twitter, entre otras redes, están prohibidas en Irán) donde exhiben la lujosa vida que llevan: autos deportivos de alta gama, fiestas exclusivas, relojes de diseño, alta costura occidental, mujeres sin velo y en bikini, y consumo de bebidas alcohólicas a rolete.



El lujo abunda en desmesura. La premisa que sostienen es la de dar a conocer al mundo lo bien que se vive en un país con tan mala fama. El lado B es la clase media iraní, que se contenta con el falso lujo occidental low cost  -Chanel, Louis Vuitton, Prada, Dolce Gabbana- en sus versiones más kitsch. Las imitaciones llegan a ser tan fieles que hasta traen certificado de autenticidad, y cuanto más dorado y predominio visual de la marca, mejor.
No está permitido que hombre y mujer se saluden al estilo occidental, con un beso en la mejilla. Las mujeres saludan a los hombres con un simple “Salâm” (¡Hola!).Sí está permitido, sin embargo, que hombre y hombre vayan de la mano, y hasta se besen en los labios, se abracen, (aprietan un poco).
Un signo de fraternidad consensuada, que deja en claro la profunda amistad de ese par. En simultáneo, los mismos lavan su ropa en la fuente de cualquier plaza, y entre jugueteo, besos y abrazos, esperan las seque el sol. En esa misma plaza, otros conversan descalzos mientras comparten el té. De la vereda de enfrente, una fila de señoras se impacienta en la cola de la carnicería (dato: la carne es importada de Brasil), mientras la extranjera de labios carmesí señala en el mapa político de la vaca el corte que desea llevar e intenta explicar en lenguaje de señas cómo se corta una milanesa.
Aunque la moneda oficial es el Rial, se manejan en Tomanes (dato: fue la antigua moneda iraní, la sustituyó el Rial en 1932). Por tanto, cuando alguien dice el valor en tomanes, hay que multiplicarlo por 10, y el asunto queda irresuelto por un rato.
Es normal ir a un negocio, elegir qué comprar y ante la pregunta “¿Cuántos Riales?” que la respuesta sea “No es nada”: Pero se debe insistir. La norma suele ser decir que no tres veces y, si se sigue insistiendo, entonces la intención es genuina y se puede aceptar. Esta práctica es el arte persa de la cortesía, conocido como Taarof, o el arte que puede complicarte la vida. Es difícil diferenciar la extrema hospitalidad de los iraníes. Si lo que ofrecen es comida, se debe rechazar tres veces, nadie espera que sea aceptada, de hecho, pero si insiste, se debe aceptar. Lo mismo ocurre a la inversa.
Cada país tiene su cultura y sus particularidades, muchas de las cuales difieren de la imagen que fue construyéndose de él. En este sentido, Irán es víctima de muchos prejuicios que desaparecen en cuanto se pisa el país. La gente es muy amable, contradictoria, pero muy amable.

“En un país con reglas tan estrictas, mientras que ser homosexual o travesti es un delito, y la sodomía está penada con la muerte, las operaciones de reasignación de sexo están permitidas tanto por las leyes como por la religión”.

Por las calles, reparten panfletos con promociones de rinoplastias, junto a las de yogur helado y las de pizza al curry. Creer o reventar, tienen la tasa más alta de rinoplastias del mundo, algo que va más allá de la búsqueda de la belleza física. Posiblemente, se debe a que la belleza hace foco en el rostro. Para las mujeres -y para algunos hombres también-, es además un indicador de riqueza y posición social. Es una operación tan codiciada que muchos se dejan el vendaje más tiempo del necesario solo para hacer alarde de la intervención.
En un país con reglas tan estrictas, mientras que ser homosexual o travesti es un delito, y la sodomía está penada con la muerte, las operaciones de reasignación de sexo están permitidas tanto por las leyes como por la religión. En 1980, el Ayatolá Jomeini legalizó estas intervenciones provocando una excepción singular en el mundo islámico. Así se institucionalizó esta salida desesperada a la que se ven empujados muchos hombres y mujeres gays o con conflictos de identidad sexual, que no pueden soportar la presión social y el acoso policial a los que son sometidos continuamente.
El Ayatolá Jomeini fue quien lideró la llamada Revolución Islámica de 1979, contra la represión, el autoritarismo y el despilfarro del Sha Reza Pahlaví, último rey de Persia. La actual Irán no siempre fue una República Islámica. Desde la década de 1920 comenzó, de la mano del Sha Reza Jan (anteúltimo rey de Persia, padre de Reza Pahlavi), la occidentalización que, entre otras cosas, también aplicó a la vestimenta.



Esa modernización demasiado rápida, de una laicidad impuesta y un sistema corrupto, represivo y esclavo de los intereses de las potencias extranjeras, fueron el caldo de cultivo del movimiento revolucionario que se desarrollaría a partir de 1978 y que acabaría destronando al Sha Reza Pahlaví. La occidentalización y la modernización frenética chocaban con las contradicciones económicas, sociales y culturales: el modelo de civilización importado y de imposición de costumbres occidentales nada tenían que ver con la población iraní. Pero hay un proverbio iraní que dice: “las promesas solo tienen valor para quienes creen en ellas.”. Y el pueblo iraní creyó dos veces.
La revolución del Imán Jomeini le puso fin a 2.500 años de monarquía e instauró la República Islámica de Irán. El carácter antioccidental de la Revolución iraní se comprobó con los ataques a los símbolos del modo de vida extranjero instaurados en el país por el Sha: fueron quemados los cines americanos, los bancos, hoteles y clubes nocturnos occidentales, incluso las botellas de whisky fueron destrozadas.
La República Islámica de Jomeini nació bajo el resplandor de la no violencia y de la victoria de la “fuerza espiritual”. Debajo, yacía la promesa de un proyecto social y político de fines más humanos y menos materiales. Sin embargo, las expectativas no se cumplieron, y se impusieron las formas más retrógradas y arcaicas del Islam: muchos lo apoyaron, muchos se exiliaron, otros simplemente se resignaron y lo aceptaron. Pero están los otros, los que conocieron los dos mundos y le hacen frente desde adentro, como el director de cine Jafar Panahi, condenado a 20 años de inhabilitación para hacer cine, dar entrevistas o salir de Irán: “Nada podrá impedirme hacer películas”. Del impedimento surgieron Esto no es una película, rodada entre los muros de su casa durante el periodo en el que fue preso domiciliario, y la brillante Taxi.
También están los que llegaron después de la revolución y eligieron quedarse, como Keywan Karimi. El joven director de cine fue sentenciado -en febrero de este año- a un año de prisión y 227 latigazos solo por subir a Youtube el tráiler de su película Writing on the city. Allí cuenta la historia de Irán -desde poco antes de la revolución hasta el 2008- a través de los murales. Para él, su misión y su destino están en Irán, y ante la opción del exilio su postura es determinante: “Si nos vamos todos, ¿quién cambiará las cosas?”.                                                     
Andando por Shahrdari Street, un grupo de mujeres enfundadas en sus chadores negros le hacen la ronda a la extranjera, mientras balbucean en persa y ríen ante lo desconocido. Se adueñan de ella, de las mangas de su camisa hasta cubrirle con decencia los codos. Bajan hasta el ruedo del pantalón hasta hacer desaparecer el escote de sus tobillos. Para finalmente pulirle el hijab, y así robarle el único gesto de sensualidad. Y continuar como vinieron, advirtiendo algo que nadie sabrá nunca qué fue.
Llegando al bazar de Tajrish,  el ambiente embadurnado de olores invita a sumarse sin dudarlo. Al deambular por los puestos, el asombro despierta ante todo lo corriente, como el hombre limpiando zereshk (dato: bayas comestibles, tipo berries) junto a las réplicas de la opulencia, y el amontonamiento de pañuelos junto a los vendedores de dátiles, y las alfombras de lado a la pava doble de té que humea junto a las dunas de especias que atiende el joven adolescente, que le escribe a la extranjera en persa, en un papel arrancado, la receta del arroz chelo  (dato: una auténtica alfombra persa incluye imperfecciones adrede para simbolizar que solo Dios puede crear la perfección). Todo es una experiencia que nunca aburre. Y ahí, en medio de tanto abarrotamiento, el llamado a la oración (dato: es el Al-Adhan, se pronuncia siempre en árabe, lengua litúrgica del Islam.) interrumpe el resto de los sonidos, y la imponente mezquita Emamzadeh Saleh, lujosa, impoluta, se abre en medio de todo eso. Y “allá donde fueres haz lo que vieres”: la dama se calza el chador prestado, del cuarto de los chadores prestados, para poder entrar a la mezquita de mujeres, sacándose los zapatos, porque la curiosidad la empuja y el llamado al rezo la ha vulnerado. 
El calor iba en aumento junto al concepto de vacaciones y el deseo de los permitidos implícitos que vienen de esas dos ocasiones juntas: estar en musculosa junto a una bebida espirituosa en alguna esquina. Pero en alguna esquina se toma el té mientras los hombres fuman hookah (dato: Pipa para fumar tabaco de distintos sabores o plantas sin nicotina, también conocida como narguile o shisha) y se los observa con envidia, engañando al deseo con comida: Los pistachos, el kebab, el yogurt (dato: Absolutamente a todo se le pone yogur), el chelo, las piedras de chocolate, las pasas, un viaje de ida.


 

En general, las cálidas noches del oriente persa se transitan comiendo. Sentarse a comer en cualquier lugar da inicio a un desfile de platos: un verdadero banquete. En el mejor resto de la ciudad, posiblemente -no, definitivamente- es mucho mejor (dato: Diván es el mejor restó de comida tradicional persa y posiblemente el más lujoso y costoso de toda la ciudad). Los sabores hablan en otra lengua, mientras que la misma lengua degusta un Margarita sin tequila y sin triple sec. Una lágrima se cae, porque sin más la extranjera renunciaría a todo por un margarita del mítico Frank’s.  Y el Taarof pone reversa y le sube, en el imaginario, el pulgar a todo (dato: el pulgar hacia arriba significa todo lo contrario a lo que se entiende en occidente: es el equivalente al fuck you! occidental).

"En pleno Ramadán, a los 49 grados del mediodía, la extranjera tentó a la suerte: todos los sistemas tienen un blanco. Recordó que en Marruecos, en los hoteles internacionales, se le vende alcohol a los extranjeros y a los no-musulmanes. Y hacia eso fue, empujando al paso todos los impedimentos". 

En el mito-realidad de occidente, se cree que se puede conseguir todo; que si no se transa, se negocia. Que siempre hay mercado paralelo al mercado, que el amigo del amigo tiene un amigo, y así. No existen los no, ni los imposibles, aparentemente: el límite lo pone la tarjeta de crédito. Pero existen, aunque seas un occidental. Dos meses de prohibiciones se pueden transformar en una obsesiva búsqueda de parecidos al encuentro del placebo que logre engañar tan bien al paladar como a los circuitos cerebrales: un océano de diferentes cervezas sin alcohol. Una búsqueda tan absurda como intensa, obsesiva, entusiasta, frustrante. Hasta que apareció -o fue resignación, pero fue: se llama Baltika y es de “Russia” (dato: la mejor cerveza sin alcohol que se puede disfrutar en Irán).
En la Teheran paralela, existe un misterioso elixir, concebido misteriosamente en un proceso de destilado hogareño y misterioso, que quema la garganta con violencia –y con misterio-, muy a pesar de mezclarlo con frutas, de las aguas de rosa y canela (dato: vienen en varios sabores, se usan para el té): el Old Iranian Fashion. Indigno, pero hasta ahí es capaz de llegar la humanidad. Es que la creatividad, en la necesidad, abunda. (Dato: en Irán muchos producen el alcohol en su casa, shhh).

Old Iranian Fashion:     
         1 medida de Mysterious Scotch
         ½ medida de agua de rosas
         1 Cristal mediano de azúcar de azafrán
         Completar con Tonic Water

En pleno Ramadán, a los 49º del mediodía, la extranjera tentó a la suerte: todos los sistemas tienen un blanco (dato: el Ramadán es el noveno mes del calendario musulmán, en el que los fieles practican el ayuno diario desde el alba hasta que se pone el sol para purificarse. Nota: este es el segundo Ramadán en la vida de la extrajera). Recordó que en Marruecos, en los hoteles internacionales, se le vende alcohol a los extranjeros y a los no-musulmanes. Y hacia eso fue, empujando al paso todos los impedimentos, como un lobo en piel de cordero: El Parsian Esteghlal Internacional Hotel, ex Royal Tehran Hilton. En el medio de la nada, alejado de todo, custodiado por montañas: una señora mayor a la que el paso del tiempo no le quitó belleza. Pero en Ramadán no se come ni se toma, y los cafetines y los lugares de comida están cerrados. El Esteghlal era un fantasma ostentando un título internacional obsoleto, y la extranjera emprendió el regreso a casa. Solo es cuestión de tiempo acostumbrarse. 



Si bien es una República Islámica, no todos son musulmanes. Conviven las diferentes religiones pacíficamente. Pero decir que no se tiene religión está mal visto, les resulta extraño el concepto de no creer en nada, ergo, resulta más sencillo hacerse de una durante la estadía. La extranjera algunas veces fue cristiana, otras, su mitad judía.
Las plazas y los grandes parques (dato: Teherán está llena de frondosos parques. El deporte nacional es el riego) son el punto favorito de encuentro de los jóvenes que beben el té, se tiran en el pasto, conversan y toman helado: una postal bastante ingenua (dato: al té no se lo endulza. Primero se coloca un terrón de azúcar en el paladar y después se bebe). Ahí, el pasajero en tránsito se convierte en una estrella de rock de moda sobre la que quieren saberlo todo: cómo los ven, qué se piensa sobre cómo visten, sobre la música, los libros, la religión. Exponen toda la información occidental con la que cuentan. Los enorgullece cuando la respuesta es que Irán y su gente, ambos, son encantadores, y que el único defecto que tiene el lugar es la ausencia de Malbec (dato: se sonrojan). La gran mayoría solo sabe de Argentina por Messi, y el atentado a la AMIA es un silencio del que nadie conoce, o dicen no conocer. Y no se habla. Pero en algún trozo de la República se encuentran los secretos mejor guardados, que mejor es seguir guardando.
Por las avenidas principales se encuentran los taxis verdes, que solo van por la avenida y son compartidos, a menos que se pida al conductor que sea exclusivo, lo que muere en un intento de conversación absurdo, frustrante, es el entierro del arrepentimiento. Se los puede parar en cualquier punto, y lo hacen, no les importa nada. Baja y sube gente que conversa entre sí como si se conociera de toda la vida, y no parece que encuentren impedimento alguno en el hecho de que el interlocutor no sea del lugar y no comparta al menos una lengua en común con el resto de los interlocutores. Al llegar a destino, el intentar pagar comienza a tornarse fastidioso, es el cuento de la buena pipa: la repetición de la pregunta tres veces es un tiempo que logra envejecer, haciendo que se extrañe la descortesía.
Irán es su tradición de poetas, a tal punto que en uno de los dos diarios que se imprime en inglés (The Tehran Times), cada día un fragmento de poema reposa en la contratapa. Se perpetúa el desagradable olor a perejil picado que invade la cuadra, que logra volverse familiar. La rebeldía de beber agua a escondidas por la calle en Ramadán. La torre Milad y sus fiestas. El pop persa que suena de los autos. La Lolita de Novakov de frente a Azadi Tower, o torre de la libertad, mientras el viento vuela los pañuelos. Las cinco veces que el llamado a la oración llama. Escuchar ese llamado bien entrada la madrugada en medio del efecto jet lag. El caminar sin tener idea hacia donde, ni como. Tomar el metro hacia ningún lugar, y llegar a uno, y que la sorpresa siempre supere la expectativa. En algunas cosas, la vida en Irán es lo que se espera, con el calor abrasante y la sensación constante de que todo observa. Nunca se vuelve del todo de los lugares donde se fue feliz: destinado, independientemente de la hora, el lugar o la circunstancia. Solo es cuestión de tiempo acostumbrarse.

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